En el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, se anota lo siguiente: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión». La libertad de opinión y de expresión abarca todos los campos de opinión y de expresión de la humanidad, y todos los lenguajes que usemos para expresarnos, y también se refiere al respeto a las opiniones y a las expresiones del otro, por más incómodas que nos parezcan. Si solo defendemos nuestro derecho a la expresión y a la opinión, y censuramos el de los otros a hacerlo, caemos en una contradicción: no puede existir libertad si no existe respeto.
También es imposible que existan la opinión y la expresión si no existe el disenso. El disenso, precisamente, es el que permite el avance de nuestras sociedades. Si todos estuviéramos siempre de acuerdo y opináramos exactamente lo mismo, sin duda la vida sería muy aburrida, dejaríamos que nos gobernaran como quisieran, iríamos, como borregos, por el mismo camino sin cuestionarnos nada. Seríamos cualquier cosa menos humanos. El hecho de que existan opiniones y visiones diversas del mundo hace que nuestro mundo se amplíe y ‘madure’, que se humanice. Lamentablemente, desde chiquitos el sistema educativo y la sociedad curuchupa en la que vivimos nos quieren convencer de que somos libres de opinar y de expresarnos solo si opinamos y nos expresamos de acuerdo con lo que las ‘normas’ dictan. Si optamos por opinar y expresarnos fuera de las normas establecidas, el derecho deja de existir, la libertad se paga con la censura y el escarnio público. Pobre de aquel (y más de aquella) que se atreva a disentir y a expresar un punto de vista que se desvíe de la norma.
Esta semana vimos, por ejemplo, cómo se censuró a un mural por expresar la opinión acerca de ciertas realidades ante las que la sociedad cierra los ojos. En esta sociedad patriarcal, blanca y curuchupa se piensa que con callar la voz de quienes disienten y se atreven a mostrar verdades ‘incómodas’, es posible respetar al otro, como si el respeto fuera sinónimo de censura. Al censurar la visión del otro, al impedir que el que no piensa igual se exprese, solo estamos retrocediendo al tiempo en el que ni siquiera se pensaba que teníamos derechos, al tiempo en que existía una sola verdad, una sola versión de la historia, al tiempo en que se quemaban libros y se mataba a la gente porque pensaba distinto. El derecho a la libertad de opinión y de expresión se sigue violando, como todos los otros derechos. Solo cuando aceptemos el disenso, la existencia de voces diversas, cuando sepamos escuchar las verdades incómodas y aprender de ellas, cuando seamos coherentes, seremos capaces de avanzar como sociedad.